Informativo agrourbano. Ministerio del Poder Popular de Agricultura Urbana y comunidades organizadas de la República Bolivariana de Venezuela

domingo, 28 de mayo de 2017

Zona (demasiado) educativa en La Manguita

Es un conuco insólito, por la forma en que nació y por la clase de maestros-pueblo que allí se congregan. Queda detrás del Complejo Educativo La Manguita, sede de la Zona Educativa del estado Carabobo, en el municipio San José. Desde hace unos años funciona allí el programa Todas las Manos a la Siembra; en el lugar se coordina el trabajo de la Red de Escuelas Agroecológicas del estado Carabobo, y todo lo anterior suena como que siempre ha sido muy limpio, fácil y organizado, hasta que uno se entera de cómo comenzó su breve historia.
Cuando en 2008 llegaron los primeros interesados en hacer algo con ese terreno baldío que casi duplica el área de las instalaciones educativas, el primer impacto fue desolador: era un botadero de escombros y basura, y apenas comenzaron a picar la tierra para verificar la calidad del sustrato lo que brotaba era cemento, vidrio, materiales varios; más de un escritorio, restos de sillas. Al fondo se adivinaba el paso de una quebrada llamada El Cacao, un curso de agua altamente contaminada.
A punto de abandonar las intenciones de hacer algo en ese inmenso patio a causa del triste panorama, vinieron a rescatarles las ganas con su ternura y sabiduría dos maestros-pueblo. Eran ellos Ovidio Ceballos y Juana Guzmán. El primero de ellos, un obrero de almacén de la Zona Educativa que apenas vio movimiento allá atrás desempolvó su verdadero oficio: el hombre era un campesino cafetalero de Queniquea (Táchira). Hoy pueden apreciarse, cargando y produciendo, las matas de café que Ovidio sembró al comenzar a recuperarse el área. Ovidio murió el año pasado, y los conuqueros que continuaron la obra han decidido ponerle su nombre al espacio productivo.
La segunda inspiración del conuco fue la señora Juana Guzmán, una octogenaria que hizo el primer registro de las plantas útiles que había en medio del botadero: siguaraya, ocumos, plantas comestibles y medicinales varias. Juana falleció también, en el 2015.


Actualmente el conuco en proceso de crecimiento lleva ya varias cosechas y cargas actuales de café, frijoles, tapiramas, frutales, medicinales; despuntan un experimento con arroz y varios maíces. La clase de gente que se reúne allí los lunes a trabajar e intercambiar, y la clase de intercambios que se producen, da para varias entregas de este informativo Razón por la cual Tiempo de Siembra les ha hecho la propuesta: mientras tomamos de allí información para nutrir este periódico iremos a formarlos como reporteros para que produzcan el suyo propio. Así que volveremos sobre este ensayo, tantas veces como haga falta para mostrar sus altas cumbres.

EPATÚ Konuco: de la rima al cultivo


Karen Sofía Rodríguez


En la zona metropolitana de Maracay, estado Aragua, hace vida un colectivo de chamos bien fajados, que llevan por nombre Núcleo Endógeno Epatu – Konuko. Como ellos mismos lo explican, es un movimiento social cuya misión es llegar a los espacios a “descolonizar” y en consecuencia a liberarlos a través de la siembra. Desde la Espiral de Kreación Urbana Familiar (EKUF) andan en eso de repensarse la vida desde la ciudad, desde el 7 de mayo del 2012. Han dado con la formula, posicionados en una zona (Montaña Fresca) de algo más de una hectárea, donde además hay una cancha, un campito de béisbol. Cerca hay una escuela y un liceo que les da la posibilidad de hacer el trabajo de hormiga, y además les ha valido el reconocimiento de la comunidad.

Estos compañeros que vienen de hacer hip-hop revolucionario (formaron parte del concepto EPATU, Escuela Popular para las Artes y Tradiciones Urbanas) decidieron que la cosa no era sólo por ahí, necesitaban sensibilizar a la gente desde lo local a través de la siembra, dando sostenibilidad en el tiempo a las propuestas y han construido con base en esa idea, la de trascender el papel de consumidor al de konuquero urbano.
La experiencia Jonathan (Amus), Alexander (Maure), Joe, Alex y Jonai son la nueva generación, los que han construido y sembrado gran parte de lo que existe en el núcleo endógeno. Tienen ayuda de Patricio y Oscar, los viejos, quienes son parte fundamental de la cosecha y de la idea. En el núcleo se cosechan tapiramas, ocumo, lechosa, quinchoncho, albahaca, flor de Jamaica, auyama, para jóvenes de todas partes del país. Han realizado en el núcleo dos ediciones del Encuentro “Tierra, hombres y mujeres libres”, donde participaron alrededor de 300 personas; realizan talleres de conservación de semillas, muñecas de trapo, etnobotánico, de artesanías, elaboración de semilleros y composteros entre diversas actividades que nutren el proyecto. Infinidades de conversatorios, asambleas y debates le dan legitimidad al uso del terreno liberado. Desde el núcleo logran vincular la “chamba” con el trabajo político y a través del consejo comunal han logrado visitas de los chamos de la Escuela Bolivariana Antonio Guzmán Blanco que se ubica frente al núcleo.
Ahora se tiene previsto, dentro de las metas a cumplir, consolidar 5 ramas ecológicas dentro del núcleo: producir abono para la venta y uso del espacio, montar un vivero comunal, sembrar y así lograr cubrir plátano, cambur, entre otros rubros. Han recuperado una casa que permite guardar las herramientas de trabajo y albergar a uno que otro konuquero que se acerca a aportar y vivir la experiencia, que se ha convertido en un punto de referencia cada pedazo de terreno cultivable, la venta de parte de la siembra a la comunidad y el procesamiento de comida y medicina preventiva. Actualmente tienen sembradas 500 plantas de yuca, 100 de ocumo chino, 30 de quinchoncho bejuco; 60 plantas de topocho, 10 de plátano, 70 arbustos de quinchoncho en floración y 300 plantas de maní. Además cuentan con producción de semillas, unas 150 especies entre frutales, comestibles y medicinales.
El corazón de la comunidad es el konuco, el intercambio de saberes, de semillas y plántulas, ese es el ejemplo de esta experiencia que se va nutriendo a nivel nacional, que demuestra las posibilidades de producir a pequeña escala y que para sembrar solo necesitas de voluntad, disciplina y amor.

Donde la “urbe” logre comunicar esa necesidad de vincularse con las formas ancestrales de producción, la gente, los muchachos y niños son los primeros en demostrar que sí es posible abrir caminos a formas alternativas que no se queden en coyunturas y que se conviertan en algo permanente, que se haga cultural, del día a día.

Escuelas populares derrotan mitos del alimento comercial

  • Acción productiva y formativa contra el agronegocio
La Escuela Popular de Piscicultura y La Escuela Popular de Semillas, expresiones del pueblo organizado que suelen proclamar, triunfales, no tener otra sede que los campos y conucos de Venezuela, andan experimentando con el tema productivo más importante y ardoroso de los últimos años: cómo producir y propagar carbohidratos y proteínas de alta calidad sin hacerle concesiones al capital. Es decir, sin entrar en la lógica perversa que enriquece a empresarios y esclaviza a productores.
Campesinos devenidos tecnólogos populares (o tecnólogos de origen campesino) decidieron hablar de logros más que de proyectos, resultados en mano: unas cuantas harinas para consumo humano y consumo animal, y la concreción de una forma de intercambiar saberes y prácticas agroecológicas.
Walterio Lanz, el agroecólogo que mayor impulso y difusión ha dado a las Escuelas Populares, anda por el país mostrando y explicando varias de esas conquistas, entre ellas una harina integral de pescado compuesta por más de 12 especies (panaque, coporo, curito, pabón y cascarrón, entre otras) y producida por un puñado de estos tecnólogos en permanente formación. Las dimensiones del logro se aprecian mejor cuando se tiene conciencia de algunos mitos impuestos por la industria en nuestros países. Uno de ellos sentencia que para poder criar peces para el consumo humano es imprescindible acudir a los alimentos concentrados comerciales.
“Para tocarle el hueso a esa mentira sólo hay que preguntarse qué comían las cachamas miles o millones de años antes que existieran las empresas Monsanto y Cargill”, suelta Walterio en tono de burla. “Es mentira que los pescados sólo engordan si uno gasta un poco de plata en alimentos comerciales (hay cachamas de más de 20 kilos en los ríos y embalses), y es mentira también que los pescados sólo se pueden comer si son inmensamente gordos. Si uno se libera del criterio comercial que busca vender grandes cantidades y comienza a pensar en términos de las necesidades humanas reales, se encontrará con que no hay razón para despreciar una cachama de 250 ó 300 gramos”.
Con todo, la Escuela Popular de Piscicultura (EPP) ha asumido el reto de la producción de proteína animal en grandes cantidades, y es así que ha diseñado y experimentado la producción de harinas concentradas pero sin rótulos comerciales.

Comunitaria y vivencial

En el mes de marzo tuvo lugar en El Zancudo (parroquia Apurito, municipio Achaguas del estado Apure) uno de los muchos encuentros de la EPP, con participación de activistas y pescadores de la zona. No fue lo que se conoce comúnmente como “taller”, sino más bien una experiencia comunitaria vivencial, consistente en salir a los caños apureños a recolectar pescados. Así, sin más, una jornada más de las muchas que se dan en esas sabanas desde hace miles de años en tiempo de ribazón, y después, cuando ya se avecina la entrada del tiempo de lluvias.
Cuando los cardúmenes de peces remontan los ríos o han quedado atrapados en lagunas y remansos el ser humano va tras ellos en una fiesta colosal: es el planeta entregando gratis la proteína, que muchos aprovechan para comer y otros tantos, desde que el capitalismo pervirtió los procesos, para acumular y vender. La gente de El Zancudo y la EPP hizo el respectivo reparto y reservó unos cuantos kilos para su experimento. “Se recogieron los peces y se deshidrataron, luego se trituraron o molieron”, detalla Walterio Lanz. “Todo se hizo mediante procesos artesanales: la deshidratación fue por secado solar, y la trituración con piedras y luego con molinos”.
La EPP, que ha demostrado que se pueden producir 2 mil kilos de pescado por hectárea por año en lagunas artificiales, sin acudir a paquetes tecnológicos y sin enriquecer a la industria capitalista de alimentos, ha iniciado desde estos procesos de formación-acción comunitaria el debate acerca del gigantesco potencial de la sabana en el ámbito de la producción de proteína animal.

Harinas y carbohidratos

En cuanto a otros rubros alimenticios, la Escuela Popular de Semillas también tiene una producción de harinas que pueden servir como demostración de potencialidades, si otras comunidades o experiencias organizadas se lo proponen y enriquecen el método actual. Han producido un fororo proteico que contiene entre 40 y 50 por ciento más proteínas que los fororos comerciales. Aparte de los ingredientes vale la pena observar el proceso participativo de producción: el maíz provino de Yaritagua (Yaracuy), los equipos, de Los Magallanes de Catia (Caracas) y el procesamiento fue hecho en El Zancudo (Apure).
La EPS ha producido también otra variante de este fororo, mejorado con semilla de mucuna (todi), en un experimento al que le colocaron un nombre rimbombante en tono jocoso: el fororotrón.
Con la harina de topocho deshidratado han logrado demostrar que se puede conservar harina de un producto perecedero durante al menos un año, sin usar conservantes artificiales. También han probado a conservar una harina de frijol rayado tostado, que ha logrado eliminar la amenaza más recurrente para los granos que es la aparición de cocos y gorgojos.
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A punta de mitos

Varios mitos nos fueron impuestos durante todo el siglo XX, y no siempre con métodos incruentos, para derivar con el tiempo en costumbres y hábitos perversos de consumo. Los dos mitos que nos ocupan aquí se refieren a la producción de alimentos: la pretendida superioridad de los alimentos comerciales para personas y de alimento para peces. Ambos han sido desmentidos y desenmascarados muchas veces, pero al parecer no es suficiente. Es bueno que al menos sepamos que llevará mucho tiempo y esfuerzo construir la otra cultura.
El mito primordial de nuestros hábitos gastronómicos le otorga a la carne de res (bovinos) la condición de rubro imprescindible o vital para la subsistencia humana. Sin necesidad de entrar en detalles como los daños orgánicos producto del consumo habitual de carne de bovino, conviene detenerse a revisar cuán ineficiente resulta la producción de esta proteína animal. Los estudios de la Escuela Popular de Piscicultura han establecido que, en el estado Apure, el rendimiento de la producción de carne de res ha fluctuado en esta década entre 25 y 40 kilos por hectárea por año. “Los espejos de agua actuales y potenciales en el llano venezolano puede elevar la producción de proteína dura por encima de los 2 mil kilos/hectárea/año”, dice Walterio Lanz, quien ha anunciado además que, con el patrocinio y apoyo del Ministerio de Ecosocialismo y Aguas, la EPP emprenderá un plan de repoblamiento de embalses con especies comestibles (cachama, coporo y otras).

Ancestralmente hemos sido o fuimos una cultura piscícola, pero cuando la cultura de la guerra y la explotación comercial de especies animales se implantó en nuestro continente hemos ido haciéndonos dependientes de una cultura absurda que sacrifica millones de hectáreas para sostener una industria ineficiente y contaminante como la del bovino. Toca recuperar el ancestro pescador que somos o que fuimos.

Editorial / Mayo 2017


Es probable que la aparición de este segundo número de Tiempo de sembrar genere en algunos compatriotas una pregunta automática, tal vez incluso inconsciente: ¿tiene sentido seguir promoviendo la agricultura urbana en este tiempo de conspiraciones, de retos y respuestas de urgencia? Y por supuesto que lo tiene. Básicamente, porque mientras alguna facción se empeña en proyectar o construir un discurso de Estado fallido o país incapaz de gobernarse, nuestra gente sigue mostrando ensayos y resultados en el área de la producción y la formación agrourbana, y lo que el Gobierno sigue haciendo para estimularla revela que tenemos un país activo y en funcionamiento. El objeto de este periódico sigue siendo mostrar el registro de lo que el pueblo que somos sigue construyendo, más allá de los ruidos molestos de los acosos criminales.
No es cómodo adaptarse a los tiempos y formas de lucha que necesitamos transitar para ir moldeando la historia. La Revolución y las muchas amenazas que nos asedian nos exigen tareas que requieren de distintas actitudes y distintas “velocidades”: es preciso enfrentar la amenaza veloz y directa de hoy y mañana, esa que se mide y decide en horas y días, pero sin abandonar la visión de la larga tarea que tenemos por delante, esa que se mide en décadas, siglos y generaciones.

Tal vez continúen el asedio y las provocaciones internacionales, pero esta generación de venezolanos no pasará a la historia como aquella que abandonó su lenta, larga y hermosa construcción del socialismo, para dedicarle todo su tiempo y su energía a las agendas del enemigo. Es el tiempo de sembrar y seguiremos sembrando.