- Blandín aporta experiencia y juventud al
Plan “Caracas, Ciudad Agroecológica”
La memoria intergeneracional de Blandín y
de toda la Carretera Vieja Caracas-La Guaira originó, en algún momento del
siglo XX, una sentencia o recordatorio trágico: cada 50 años hay aguaceros,
deslaves y derrumbes en el sector, fichado y catalogado desde hace tiempo como
de alto riesgo. En diciembre de 1999, después de algún retraso, vino a
cumplirse esta especie de profecía meteorológica con la potencia más
devastadora que recuerde el país. Aquella desgracia colectiva que se recuerda
genéricamente como “la tragedia de Vargas” dejó el saldo de muerte y
destrucción que toda Venezuela recuerda. Comenzaba Blandín a recuperarse de su
catástrofe cuando de pronto llegó la otra, 40 años antes de lo que indicaba
aquel calendario memorioso, y en 2010 hubo otra vez que contabilizar casas
destruidas, muertos y damnificados.
Siete años después, un grupo de niños
nacidos entre esas dos fechas lamentables (1999 y 2010) forman parte de un
ejército en plena formación para la vida: son una escuadra de conuqueros que le
están entrando al asunto con el brío que cualquiera se imagina. La gente que la
muerte no se logró llevar de Blandín es la que le da forma al futuro de esa
comunidad.
Palabra
y obra de Pascual Quintero
Cuando uno camina por Blandín se da cuenta,
sin necesidad de ser experto en poblamiento, topografía o ingeniería, que la
vocación de esos suelos es más agrícola que urbana o residencial. Pero hubo un
caballero, fundador y conocedor de esos territorios, que le aportó algunas
claves a su gente antes de fallecer. Pascual Quintero, obrero y agricultor,
llegó a establecer con precisión los puntos vulnerables y los más sólidos de
esa zona montañosa al oeste del Waraira Repano. Los habitantes más antiguos y
preocupados por la recuperación de la memoria histórica aseguran que aquellas
zonas en las que Pascual recomendó construir permanecen en pie, al margen de la
furia de la quebrada Sanchorquiz, luego de las grandes tragedias de este siglo.
También fue un antecedente o referencia importante en la práctica de la
agricultura urbana: “Mi abuelo sembraba café, yuca, hortalizas y plantas
medicinales”, recuerda su nieta, Carmen Gutiérrez, hoy en día una activista
comunal que relata con orgullo que el Comité de Tierras lleva el nombre de
Pascual Quintero.
Carmen atesora unos datos importantes del
abuelo y de la historia de la localidad. Por ejemplo, que la suya fue una de
las primeras casas de Blandín, junto con la de la familia Herrera; que a los
niños los traían al mundo parteras o comadronas y que el agua para el consumo
doméstico la captaban de las quebradas cercanas mediante acueductos artesanales
hechos con bambú. Fernando Ojeda, otro habitante con buena memoria,
conocimiento del terreno (lo llaman “El Topógrafo”) y méritos como
investigador, ahonda en el movimiento poblacional e informa que el poblamiento
original de Blandín estuvo asociado a la actividad que se desarrolló alrededor
de las estaciones del ferrocarril Caracas-La Guaira. En efecto, el barrio La
Línea, uno de los más consolidados del sector, se llama así porque las casas de
su vereda más populosa van alineadas a los rieles del tren, objetos patrimoniales
que todavía pueden verse sobresaliendo de la acera justo a la salida de algunas
viviendas.
Los agricultores de antes
y los que vienen
“Esta comunidad se formó gracias a la
inmigración de gente de Los Andes, oriente, los Llanos, de todas partes de
Venezuela”, dice Fernando Ojeda. “Y mire lo que son las cosas: con los años
Blandín se saturó de tantos habitantes que abandonaron el campo, y ahora el
campo está llamando a sus hijos para que produzcan”. Sergio Angulo, habitante
de Puente Rojo, rescata algunas referencias del pasado agrícola de la zona: “Había
un señor llamado Augusto Yánez que tenía una casona en un sector llamado ‘Los
Guanábanos’, precisamente porque eso estaba lleno de matas de guanábana”. Los
viejos habitantes recuerdan que también se practicaba en la zona la cría de
cabras, y rememoran la vena de agricultor del fundador Pascual Quintero.
En cuando a los agricultores actuales y
potenciales, destaca un grupo de 16 muchachos de 4 a 18 años de edad (es decir,
nacidos entre tragedia y tragedia) que están siendo estimulados y formados
según el método aprender haciendo. Algunos de ellos: Camila Vanessa Espinoza,
Mariángela Peña, Yoyner Peña, Rafael Hernández, Anthony Balboa, Moisés Alfonso,
José Manuel Espinoza, Anyeli Balboa.
Blandín sigue creciendo al ritmo de su sello topográfico más
notable: se insiste en que es zona de peligro inminente, pero su gente
organizada está empeñada en demostrar que allí es posible desarrollar una
actividad agrícola sustentable, además de algunas iniciativas turísticas; los
puentes, restos del viejo ferrocarril y un par de caídas de agua que culminan
en abismos majestuosos parecen indicar que esta última posibilidad no es nada remota.
El vecino y activista Jorge La Cruz resumió en una sola sentencia la metáfora
viva de la comunidad: “En Blandín las tragedias pasadas las volveremos
fortaleza”.
En un recorrido en el que participaron la
ministra de Agricultura Urbana, Érika Farías, junto con su equipo, además de un
grupo de militantes, activadores y cronistas orgánicos de Blandín, estos
mostraron los puntos afectados por los aguaceros y deslaves, y señalaron en el
terreno lo hecho y lo proyectado: los conucos y patios en desarrollo, las ruinas
de antiguas viviendas y espacios que consideran posible recuperar y convertir
en renovados cafetales y sembradíos de distintas especies. La comunidad de
Blandín forma parte de las que integran el corredor “Heroica Carretera
Caracas-La Guaira”.
Los datos de la breve reseña histórica de
Blandín fueron extraídos de una conversación con los habitantes de la zona:
Carmen Gutiérrez, Fernando Ojeda, Celedonio Lira, Manuel Obelmejías, Sergio
Angulo, Martín Tejada, Jorge La Cruz.
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“El aliño de la Revolución”
Martín Tejada tiene 73 años. Nació en
República Dominicana y desde los años 80 vive en Venezuela. En algún momento de
los años 90 compró un rancho en Blandín y allí reside hasta el momento. Ha
soportado, como todos sus vecinos, los rigores de la tempestad y la tragedia.
Trabajó como obrero y jefe de almacén en el hospital Padre Machado, pero esa
ocupación la ejerció por muy poco tiempo porque el cuerpo le pedía otra cosa:
desarrollar en Blandín la que ha sido su vocación desde que estaba en su país
natal, la de agricultor.
El hombre es conocedor de las plantas, los
ciclos y los procesos agrícolas. Asegura que 80 por ciento de los alimentos que
se consumen en su casa provienen de los espacios que él mismo ha cultivado, pero
la misión que se ha impuesto desborda los límites del hogar: por su propia
iniciativa y sin que nadie se la esté financiando, ha decidido enseñarle a un
grupo de niños y adolescentes del sector los secretos del conuco y la
producción.
“Los niños son el aliño de la Revolución”,
dice con energía. “Si nosotros no queremos salir de esto (dice, refiriéndose al
sabotaje que desaparece y encarece la comida del pueblo) entonces no les
enseñemos estas cosas a los muchachos. La única forma de que tengamos comida para
todo el mundo es que cada madre que tenga un hijo lo incorpore a la siembra.
Decía el comandante Chávez: ‘La mata da el café y yo pongo el azúcar’. Bueno,
usted me manda a su muchacho y yo le enseño la agricultura”. El conuco en que
los muchachos están aprendiendo y haciendo ha dado ya varias cosechas de maíz,
yuca, caraota, quinchoncho, ocumo, aguacate, mandarina y otros rubros.