Informativo agrourbano. Ministerio del Poder Popular de Agricultura Urbana y comunidades organizadas de la República Bolivariana de Venezuela

domingo, 28 de mayo de 2017

Zona (demasiado) educativa en La Manguita

Es un conuco insólito, por la forma en que nació y por la clase de maestros-pueblo que allí se congregan. Queda detrás del Complejo Educativo La Manguita, sede de la Zona Educativa del estado Carabobo, en el municipio San José. Desde hace unos años funciona allí el programa Todas las Manos a la Siembra; en el lugar se coordina el trabajo de la Red de Escuelas Agroecológicas del estado Carabobo, y todo lo anterior suena como que siempre ha sido muy limpio, fácil y organizado, hasta que uno se entera de cómo comenzó su breve historia.
Cuando en 2008 llegaron los primeros interesados en hacer algo con ese terreno baldío que casi duplica el área de las instalaciones educativas, el primer impacto fue desolador: era un botadero de escombros y basura, y apenas comenzaron a picar la tierra para verificar la calidad del sustrato lo que brotaba era cemento, vidrio, materiales varios; más de un escritorio, restos de sillas. Al fondo se adivinaba el paso de una quebrada llamada El Cacao, un curso de agua altamente contaminada.
A punto de abandonar las intenciones de hacer algo en ese inmenso patio a causa del triste panorama, vinieron a rescatarles las ganas con su ternura y sabiduría dos maestros-pueblo. Eran ellos Ovidio Ceballos y Juana Guzmán. El primero de ellos, un obrero de almacén de la Zona Educativa que apenas vio movimiento allá atrás desempolvó su verdadero oficio: el hombre era un campesino cafetalero de Queniquea (Táchira). Hoy pueden apreciarse, cargando y produciendo, las matas de café que Ovidio sembró al comenzar a recuperarse el área. Ovidio murió el año pasado, y los conuqueros que continuaron la obra han decidido ponerle su nombre al espacio productivo.
La segunda inspiración del conuco fue la señora Juana Guzmán, una octogenaria que hizo el primer registro de las plantas útiles que había en medio del botadero: siguaraya, ocumos, plantas comestibles y medicinales varias. Juana falleció también, en el 2015.


Actualmente el conuco en proceso de crecimiento lleva ya varias cosechas y cargas actuales de café, frijoles, tapiramas, frutales, medicinales; despuntan un experimento con arroz y varios maíces. La clase de gente que se reúne allí los lunes a trabajar e intercambiar, y la clase de intercambios que se producen, da para varias entregas de este informativo Razón por la cual Tiempo de Siembra les ha hecho la propuesta: mientras tomamos de allí información para nutrir este periódico iremos a formarlos como reporteros para que produzcan el suyo propio. Así que volveremos sobre este ensayo, tantas veces como haga falta para mostrar sus altas cumbres.

EPATÚ Konuco: de la rima al cultivo


Karen Sofía Rodríguez


En la zona metropolitana de Maracay, estado Aragua, hace vida un colectivo de chamos bien fajados, que llevan por nombre Núcleo Endógeno Epatu – Konuko. Como ellos mismos lo explican, es un movimiento social cuya misión es llegar a los espacios a “descolonizar” y en consecuencia a liberarlos a través de la siembra. Desde la Espiral de Kreación Urbana Familiar (EKUF) andan en eso de repensarse la vida desde la ciudad, desde el 7 de mayo del 2012. Han dado con la formula, posicionados en una zona (Montaña Fresca) de algo más de una hectárea, donde además hay una cancha, un campito de béisbol. Cerca hay una escuela y un liceo que les da la posibilidad de hacer el trabajo de hormiga, y además les ha valido el reconocimiento de la comunidad.

Estos compañeros que vienen de hacer hip-hop revolucionario (formaron parte del concepto EPATU, Escuela Popular para las Artes y Tradiciones Urbanas) decidieron que la cosa no era sólo por ahí, necesitaban sensibilizar a la gente desde lo local a través de la siembra, dando sostenibilidad en el tiempo a las propuestas y han construido con base en esa idea, la de trascender el papel de consumidor al de konuquero urbano.
La experiencia Jonathan (Amus), Alexander (Maure), Joe, Alex y Jonai son la nueva generación, los que han construido y sembrado gran parte de lo que existe en el núcleo endógeno. Tienen ayuda de Patricio y Oscar, los viejos, quienes son parte fundamental de la cosecha y de la idea. En el núcleo se cosechan tapiramas, ocumo, lechosa, quinchoncho, albahaca, flor de Jamaica, auyama, para jóvenes de todas partes del país. Han realizado en el núcleo dos ediciones del Encuentro “Tierra, hombres y mujeres libres”, donde participaron alrededor de 300 personas; realizan talleres de conservación de semillas, muñecas de trapo, etnobotánico, de artesanías, elaboración de semilleros y composteros entre diversas actividades que nutren el proyecto. Infinidades de conversatorios, asambleas y debates le dan legitimidad al uso del terreno liberado. Desde el núcleo logran vincular la “chamba” con el trabajo político y a través del consejo comunal han logrado visitas de los chamos de la Escuela Bolivariana Antonio Guzmán Blanco que se ubica frente al núcleo.
Ahora se tiene previsto, dentro de las metas a cumplir, consolidar 5 ramas ecológicas dentro del núcleo: producir abono para la venta y uso del espacio, montar un vivero comunal, sembrar y así lograr cubrir plátano, cambur, entre otros rubros. Han recuperado una casa que permite guardar las herramientas de trabajo y albergar a uno que otro konuquero que se acerca a aportar y vivir la experiencia, que se ha convertido en un punto de referencia cada pedazo de terreno cultivable, la venta de parte de la siembra a la comunidad y el procesamiento de comida y medicina preventiva. Actualmente tienen sembradas 500 plantas de yuca, 100 de ocumo chino, 30 de quinchoncho bejuco; 60 plantas de topocho, 10 de plátano, 70 arbustos de quinchoncho en floración y 300 plantas de maní. Además cuentan con producción de semillas, unas 150 especies entre frutales, comestibles y medicinales.
El corazón de la comunidad es el konuco, el intercambio de saberes, de semillas y plántulas, ese es el ejemplo de esta experiencia que se va nutriendo a nivel nacional, que demuestra las posibilidades de producir a pequeña escala y que para sembrar solo necesitas de voluntad, disciplina y amor.

Donde la “urbe” logre comunicar esa necesidad de vincularse con las formas ancestrales de producción, la gente, los muchachos y niños son los primeros en demostrar que sí es posible abrir caminos a formas alternativas que no se queden en coyunturas y que se conviertan en algo permanente, que se haga cultural, del día a día.

Escuelas populares derrotan mitos del alimento comercial

  • Acción productiva y formativa contra el agronegocio
La Escuela Popular de Piscicultura y La Escuela Popular de Semillas, expresiones del pueblo organizado que suelen proclamar, triunfales, no tener otra sede que los campos y conucos de Venezuela, andan experimentando con el tema productivo más importante y ardoroso de los últimos años: cómo producir y propagar carbohidratos y proteínas de alta calidad sin hacerle concesiones al capital. Es decir, sin entrar en la lógica perversa que enriquece a empresarios y esclaviza a productores.
Campesinos devenidos tecnólogos populares (o tecnólogos de origen campesino) decidieron hablar de logros más que de proyectos, resultados en mano: unas cuantas harinas para consumo humano y consumo animal, y la concreción de una forma de intercambiar saberes y prácticas agroecológicas.
Walterio Lanz, el agroecólogo que mayor impulso y difusión ha dado a las Escuelas Populares, anda por el país mostrando y explicando varias de esas conquistas, entre ellas una harina integral de pescado compuesta por más de 12 especies (panaque, coporo, curito, pabón y cascarrón, entre otras) y producida por un puñado de estos tecnólogos en permanente formación. Las dimensiones del logro se aprecian mejor cuando se tiene conciencia de algunos mitos impuestos por la industria en nuestros países. Uno de ellos sentencia que para poder criar peces para el consumo humano es imprescindible acudir a los alimentos concentrados comerciales.
“Para tocarle el hueso a esa mentira sólo hay que preguntarse qué comían las cachamas miles o millones de años antes que existieran las empresas Monsanto y Cargill”, suelta Walterio en tono de burla. “Es mentira que los pescados sólo engordan si uno gasta un poco de plata en alimentos comerciales (hay cachamas de más de 20 kilos en los ríos y embalses), y es mentira también que los pescados sólo se pueden comer si son inmensamente gordos. Si uno se libera del criterio comercial que busca vender grandes cantidades y comienza a pensar en términos de las necesidades humanas reales, se encontrará con que no hay razón para despreciar una cachama de 250 ó 300 gramos”.
Con todo, la Escuela Popular de Piscicultura (EPP) ha asumido el reto de la producción de proteína animal en grandes cantidades, y es así que ha diseñado y experimentado la producción de harinas concentradas pero sin rótulos comerciales.

Comunitaria y vivencial

En el mes de marzo tuvo lugar en El Zancudo (parroquia Apurito, municipio Achaguas del estado Apure) uno de los muchos encuentros de la EPP, con participación de activistas y pescadores de la zona. No fue lo que se conoce comúnmente como “taller”, sino más bien una experiencia comunitaria vivencial, consistente en salir a los caños apureños a recolectar pescados. Así, sin más, una jornada más de las muchas que se dan en esas sabanas desde hace miles de años en tiempo de ribazón, y después, cuando ya se avecina la entrada del tiempo de lluvias.
Cuando los cardúmenes de peces remontan los ríos o han quedado atrapados en lagunas y remansos el ser humano va tras ellos en una fiesta colosal: es el planeta entregando gratis la proteína, que muchos aprovechan para comer y otros tantos, desde que el capitalismo pervirtió los procesos, para acumular y vender. La gente de El Zancudo y la EPP hizo el respectivo reparto y reservó unos cuantos kilos para su experimento. “Se recogieron los peces y se deshidrataron, luego se trituraron o molieron”, detalla Walterio Lanz. “Todo se hizo mediante procesos artesanales: la deshidratación fue por secado solar, y la trituración con piedras y luego con molinos”.
La EPP, que ha demostrado que se pueden producir 2 mil kilos de pescado por hectárea por año en lagunas artificiales, sin acudir a paquetes tecnológicos y sin enriquecer a la industria capitalista de alimentos, ha iniciado desde estos procesos de formación-acción comunitaria el debate acerca del gigantesco potencial de la sabana en el ámbito de la producción de proteína animal.

Harinas y carbohidratos

En cuanto a otros rubros alimenticios, la Escuela Popular de Semillas también tiene una producción de harinas que pueden servir como demostración de potencialidades, si otras comunidades o experiencias organizadas se lo proponen y enriquecen el método actual. Han producido un fororo proteico que contiene entre 40 y 50 por ciento más proteínas que los fororos comerciales. Aparte de los ingredientes vale la pena observar el proceso participativo de producción: el maíz provino de Yaritagua (Yaracuy), los equipos, de Los Magallanes de Catia (Caracas) y el procesamiento fue hecho en El Zancudo (Apure).
La EPS ha producido también otra variante de este fororo, mejorado con semilla de mucuna (todi), en un experimento al que le colocaron un nombre rimbombante en tono jocoso: el fororotrón.
Con la harina de topocho deshidratado han logrado demostrar que se puede conservar harina de un producto perecedero durante al menos un año, sin usar conservantes artificiales. También han probado a conservar una harina de frijol rayado tostado, que ha logrado eliminar la amenaza más recurrente para los granos que es la aparición de cocos y gorgojos.
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A punta de mitos

Varios mitos nos fueron impuestos durante todo el siglo XX, y no siempre con métodos incruentos, para derivar con el tiempo en costumbres y hábitos perversos de consumo. Los dos mitos que nos ocupan aquí se refieren a la producción de alimentos: la pretendida superioridad de los alimentos comerciales para personas y de alimento para peces. Ambos han sido desmentidos y desenmascarados muchas veces, pero al parecer no es suficiente. Es bueno que al menos sepamos que llevará mucho tiempo y esfuerzo construir la otra cultura.
El mito primordial de nuestros hábitos gastronómicos le otorga a la carne de res (bovinos) la condición de rubro imprescindible o vital para la subsistencia humana. Sin necesidad de entrar en detalles como los daños orgánicos producto del consumo habitual de carne de bovino, conviene detenerse a revisar cuán ineficiente resulta la producción de esta proteína animal. Los estudios de la Escuela Popular de Piscicultura han establecido que, en el estado Apure, el rendimiento de la producción de carne de res ha fluctuado en esta década entre 25 y 40 kilos por hectárea por año. “Los espejos de agua actuales y potenciales en el llano venezolano puede elevar la producción de proteína dura por encima de los 2 mil kilos/hectárea/año”, dice Walterio Lanz, quien ha anunciado además que, con el patrocinio y apoyo del Ministerio de Ecosocialismo y Aguas, la EPP emprenderá un plan de repoblamiento de embalses con especies comestibles (cachama, coporo y otras).

Ancestralmente hemos sido o fuimos una cultura piscícola, pero cuando la cultura de la guerra y la explotación comercial de especies animales se implantó en nuestro continente hemos ido haciéndonos dependientes de una cultura absurda que sacrifica millones de hectáreas para sostener una industria ineficiente y contaminante como la del bovino. Toca recuperar el ancestro pescador que somos o que fuimos.

Editorial / Mayo 2017


Es probable que la aparición de este segundo número de Tiempo de sembrar genere en algunos compatriotas una pregunta automática, tal vez incluso inconsciente: ¿tiene sentido seguir promoviendo la agricultura urbana en este tiempo de conspiraciones, de retos y respuestas de urgencia? Y por supuesto que lo tiene. Básicamente, porque mientras alguna facción se empeña en proyectar o construir un discurso de Estado fallido o país incapaz de gobernarse, nuestra gente sigue mostrando ensayos y resultados en el área de la producción y la formación agrourbana, y lo que el Gobierno sigue haciendo para estimularla revela que tenemos un país activo y en funcionamiento. El objeto de este periódico sigue siendo mostrar el registro de lo que el pueblo que somos sigue construyendo, más allá de los ruidos molestos de los acosos criminales.
No es cómodo adaptarse a los tiempos y formas de lucha que necesitamos transitar para ir moldeando la historia. La Revolución y las muchas amenazas que nos asedian nos exigen tareas que requieren de distintas actitudes y distintas “velocidades”: es preciso enfrentar la amenaza veloz y directa de hoy y mañana, esa que se mide y decide en horas y días, pero sin abandonar la visión de la larga tarea que tenemos por delante, esa que se mide en décadas, siglos y generaciones.

Tal vez continúen el asedio y las provocaciones internacionales, pero esta generación de venezolanos no pasará a la historia como aquella que abandonó su lenta, larga y hermosa construcción del socialismo, para dedicarle todo su tiempo y su energía a las agendas del enemigo. Es el tiempo de sembrar y seguiremos sembrando.

domingo, 9 de abril de 2017

El Prado insiste en ser productivo

  • Niños y jóvenes apuestan a los saberes ancestrales de la agricultura


Si a algo no puede sacarle el cuerpo la comunidad Parque Residencial El Prado (parroquia La Concepción, municipio Pampanito, estado Trujillo) es a la enorme carga simbólica de sus nombres: los edificios que la conforman se llaman Araguaney, Bambú, Apamate, Bucare, Merey, Ponsigué, Guatacaro, Guamacho, Semeruco. Así que, desde su sello de identidad que son las plantas comestibles y maderables, este sector ubicado en las afueras de la capital de Trujillo nunca podrá deslastrarse de su índole campesina, a medio camino entre lo agrícola y lo puramente silvestre.
Ana Berríos y Wilfrido González, habitantes y activadores de un proceso de siembra y formación de jóvenes en El Prado, aportan algunos datos de la historia local del último siglo. Ya existía en los años 20 del siglo pasado como comunidad campesina. En 1975 se inauguraron los edificios de 4 plantas que hoy son la referencia visual y urbanística de este conjunto, creado a propósito de la puesta en marcha del núcleo Rafael Rangel de la Universidad de Los Andes (ULA). Sus fundadores fueron en su mayoría habitantes de los campos trujillanos que llegaron a la capital del estado para estudiar en la universidad.
“En El Prado no terminamos de tener los hábitos de la ciudad, aunque se ha impuesto un olvido de los hábitos campesinos”, reflexiona Wilfrido González, un docente de la Escuela Técnica Agropecuaria que se ha propuesto formar a un grupo de niños de 2 a 14 años de edad en las faenas de la producción de especies alimenticias. “Pero como los padres y abuelos de todos los habitantes de este sector son o fueron campesinos, no va a ser difícil reconciliar a la gente con la valoración de las tradiciones y saberes de la ecología”.

El super patio
Como todavía no se ha estandarizado una denominación para los espacios productivos en las ciudades, nuestra gente suele ponerle a sus ensayos el nombre que su orgullo o su humildad le indica. La gente del edificio Bambú está experimentando con la siembra en sus áreas comunes, patios y jardineras, y llama genéricamente a ese experimento “patio productivo”. Resulta que ese “patio” tiene una longitud de unos 120 metros, y un ancho que varía entre los 10 y los 5 metros. Algunas jardineras del frente también están en la mira para la siembra, y de hecho ya pueden verse algunas plantas frutales creciendo discretamente. La discreción tiene que ver con que el proyecto de siembra no cuenta con el apoyo unánime de todos los vecinos, y ha habido oposición y reclamos en contra de esta iniciativa.
Cuenta Ana Berríos que “Originalmente estas áreas eran recreacionales y todos esos espacios estaban llenos de grama. Pero ya en el año 81 existían iniciativas de cultivos. Tengo nombres de las personas que han sembrado en la historia de esta comunidad: Darío Marín, Darío Osechas, Oswaldo González y Pedro León entre otros sembraron en su momento bucares, bambú y pumagás, y Ferdinando Márquez y su familia sembraron algunas palmeras que todavía existen por aquí. Yo misma me incorporé a la siembra y sigo haciéndolo. Esos espacios que antes al menos estaban llenos de grama se han ido llenando de monte, y los muchachos han limpiado ese espacio abandonado y lo están convirtiendo en un espacio productivo”.
El ensayo de conuco más sólido de la década pasada estuvo a cargo de Antonio Ramírez y su hijo Juan Pablo; ellos sembraron algunos cítricos, y en su conuco llegaron a cosechar tomate, pimentón, ají; las plántulas las obtuvieron de un programa de Fondas. Luego por su cuenta llenaron varios canteros con plantas medicinales y aromáticas. Hay otro conuquero muy activo en la comunidad, el señor Arturo Calderón.

La sorpresa
La aspiración de Wilfrido González es incorporar a la mayor cantidad de niños posible a esta iniciativa. Que los vecinos comprendan que no se trata de un proyecto personal ni grupal sino una forma de organización que ha de proporcionarle comida gratis a la comunidad, si ésta se lo propone y se organiza.
“Algunos vecinos se quejan de que estamos utilizando espacios recreativos para sembrar. Esa queja se les ha ido quitando poco a poco, cuando ven que no hay nada que divierta y entretenga más a los muchachos que la siembra y el cuidado de sus matas. Como no hay nada que rinda más que algo que se hace con buen humor, los jóvenes se divierten mientras se forman y hacen un trabajo productivo”, dice González, quien agrega que en pocos meses les dará a todos los habitantes del edificio un regalo sorpresa: la cosecha y distribución gratuita de todo cuanto se coseche. Producto de esos juegos de niños, a mediados de marzo podían verse prosperando en ese patio gigantesco matas de plátano, maíz de al menos tres variedades; tomate, ají, yuca, auyama y recientemente frijoles cuarentones y tapiramas, semillas ancestrales que aportarán leguminosas durante todo el año.
Los niños más activos y entusiasmados en este experimento son: Sofía y Joanny González, Carlos Alejandro Daboín, Sebastián y Ernesto Gómez, Leandro y Angelo Torres Terán, Sebastián y Diego Ramírez; José Leonardo y Adalberto. El menor de ellos (Sebastián Gómez) tiene 2 años y fue el responsable de la mayor parte de la siembra de maíz y tapiramas del ala este del edificio El Bambú.
Con ese equipo hay la intención de recuperar otro espacio: una construcción abandonada, que iba a ser la sede de la Casa de la Cultura, y que este equipo de vecinos emprendedores proyecta convertir en vivero comunitario.

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Ángelo ha sembrado toda su vida

Conuquero nato y obsesivo, Ángelo Torres nació el 27 de julio de 2004. Vive en el edificio Araguaney, en cuyo frente ha colonizado un pequeño espacio y lo tiene lleno de plantas comestibles: ají, maís, yuca, tapiramas, frijoles, caraotas. Ha hecho equipo con su primo, Leandro Terán (9 años) y se ha incorporado al movimiento de muchachos productores del edificio de enfrente, el Bambú.
Siembra desde que estaba muy pequeño, estimulado por su maestro de Producción en la escuela La Plazuela, quien ponía a los niños a sembrar; recuerda haber comido ají y pimentón de aquellas iniciativas escolares. Luego, en su comunidad, ha seguido recibiendo el estímulo para que siga sembrando, primero de una vecina llamada Mercedes y ahora del profe Wilfrido. Cuando crezca y llegue el momento quiere estudiar Veterinaria o Ingeniería Agrícola. Dentro de unos años habrá que buscarlo a ver si sigue en lo mismo.

Sentido y riesgo de las quemas

Todos los años por esta época se produce un fenómeno ante el cual solemos reaccionar como sociedad de dos formas extremas: la indolencia y la desmedida angustia. Ambas reacciones se producen por lo general por falta de información, aunque la primera de ellas también puede asociarse con negligencia, algunas veces criminal. La vegetación reseca o proclive a la resequedad debido a la ausencia prolongada de lluvias arde en incendios localizados o gigantescos y fuera de control. El fenómeno es más frecuente y espectacular o dramático en los llanos, aunque es común observar ardiendo a la vegetación en cualquier lugar del país.
El origen de estas candelas veraneras puede ser espontáneo (los pajonales secos prenden y el fuego se propaga sin intervención de factores humanos), negligente o provocado. En estos últimos casos, los desechos metálicos y de vidrio en las orillas de carreteras y vertederos de basura pueden facilitar la combustión de la vegetación, y suele ocurrir también que la antigua y tradicional práctica de la quema se salga del control del agricultor y el fuego termine incendiando áreas en las que no estaba previsto que llegara la deflagración.
Sobre este último caso es preciso detenerse, porque no es verdad (como suele sentenciar el observador no informado) que quemar vegetación sea siempre una práctica de criminales e ignorantes.

El más potente abono
Con motivo de los eventuales incendios que han devastado (y seguirán devastando, inexorablemente) al Waraira Repano, al norte de Caracas, el análisis u observación más frecuente ha sido que toda la vida vegetal y parte del suelo habían muerto, y que habrían de pasar muchos años antes de que se recuperaran. Bastaba ver el espectáculo de un Ávila carbonizado y humeante en amplios sectores para reafirmarse en ese diagnóstico o pronóstico.
La realidad era y es distinta: lo que dejaron (y seguirán dejando) esos grandes incendios, esa capa negra resultante de la quema de árboles y plantas, es el nutriente más poderoso con que cuenta la nueva capa vegetal que se levantará apenas comience a recibir la lluvia. Los llaneros o viajantes del llano ha sido testigos y a veces protagonistas de ese ciclo calcinar/devastar; por esta época el llano arde en candelas, y después de mayo comenzará el “milagro” del reverdecer. Los mastrantales que en estos días han desaparecido o se ven reducidos a varas inertes retoñarán con fuerza hacia julio-agosto, cuando los aguaceros vengan a resucitarlos.
Los pueblos que han vivido por milenios de la agricultura han observado este fenómeno y lo han aplicado a su oficio vital de una manera que suena paradójica: arrasar el suelo para nutrirlo. Cuando un agricultor incendia una parcela al final del período de sequía lo hace para que las especies que sembrará apenas comience a llover se levanten ayudados por el nutriente más poderoso, que es esa ceniza poblada de minerales. Esos vegetales que usted quema han de descomponerse y convertirse en abono de todas formas, pero ese proceso puede llevarse muchos años; el sentido de la quema es acelerar ese proceso y reducirlo a minutos u horas.
Por supuesto que la quema controlada tiene sus normas y métodos, y es verdad que no siempre se respetan y por eso los incendios suelen propagarse sin control, con la consiguiente destrucción de bienes y sembradíos que no necesitaban ser quemados. Lo que el agricultor experimentado practica y recomienda es la construcción de un cortafuego (franja totalmente desmalezada que le pondrá límite a la candela), la quema en áreas reducidas, de forma gradual (no quemar toda la materia vegetal en una sola sesión sino en varias fases), y la no utilización de combustibles fósiles (gasoil, gasolina). La otra recomendación es la frecuencia: es bueno y efectivo este procedimiento pero no se debe usar de manera indiscriminada todos los años, porque al final el sustrato sí puede terminar empobreciéndose.
Dados los antecedentes y el discurso largamente impuesto, quizá resulte difícil defender esa práctica, pero es totalmente defendible desde el punto de vista de la agroecología y de la defensa de los saberes ancestrales, sobre todo en oposición al discurso mercantilista que susurra al oído del agricultor: “¿Para qué vas a quemar vegetación, si puedes comprarme mis venenos y fertilizantes químicos?”.

“Nuestras tragedias pasadas las volveremos fortaleza”


  • Blandín aporta experiencia y juventud al Plan “Caracas, Ciudad Agroecológica”


La memoria intergeneracional de Blandín y de toda la Carretera Vieja Caracas-La Guaira originó, en algún momento del siglo XX, una sentencia o recordatorio trágico: cada 50 años hay aguaceros, deslaves y derrumbes en el sector, fichado y catalogado desde hace tiempo como de alto riesgo. En diciembre de 1999, después de algún retraso, vino a cumplirse esta especie de profecía meteorológica con la potencia más devastadora que recuerde el país. Aquella desgracia colectiva que se recuerda genéricamente como “la tragedia de Vargas” dejó el saldo de muerte y destrucción que toda Venezuela recuerda. Comenzaba Blandín a recuperarse de su catástrofe cuando de pronto llegó la otra, 40 años antes de lo que indicaba aquel calendario memorioso, y en 2010 hubo otra vez que contabilizar casas destruidas, muertos y damnificados.
Siete años después, un grupo de niños nacidos entre esas dos fechas lamentables (1999 y 2010) forman parte de un ejército en plena formación para la vida: son una escuadra de conuqueros que le están entrando al asunto con el brío que cualquiera se imagina. La gente que la muerte no se logró llevar de Blandín es la que le da forma al futuro de esa comunidad.

Palabra y obra de Pascual Quintero
Cuando uno camina por Blandín se da cuenta, sin necesidad de ser experto en poblamiento, topografía o ingeniería, que la vocación de esos suelos es más agrícola que urbana o residencial. Pero hubo un caballero, fundador y conocedor de esos territorios, que le aportó algunas claves a su gente antes de fallecer. Pascual Quintero, obrero y agricultor, llegó a establecer con precisión los puntos vulnerables y los más sólidos de esa zona montañosa al oeste del Waraira Repano. Los habitantes más antiguos y preocupados por la recuperación de la memoria histórica aseguran que aquellas zonas en las que Pascual recomendó construir permanecen en pie, al margen de la furia de la quebrada Sanchorquiz, luego de las grandes tragedias de este siglo. También fue un antecedente o referencia importante en la práctica de la agricultura urbana: “Mi abuelo sembraba café, yuca, hortalizas y plantas medicinales”, recuerda su nieta, Carmen Gutiérrez, hoy en día una activista comunal que relata con orgullo que el Comité de Tierras lleva el nombre de Pascual Quintero.
Carmen atesora unos datos importantes del abuelo y de la historia de la localidad. Por ejemplo, que la suya fue una de las primeras casas de Blandín, junto con la de la familia Herrera; que a los niños los traían al mundo parteras o comadronas y que el agua para el consumo doméstico la captaban de las quebradas cercanas mediante acueductos artesanales hechos con bambú. Fernando Ojeda, otro habitante con buena memoria, conocimiento del terreno (lo llaman “El Topógrafo”) y méritos como investigador, ahonda en el movimiento poblacional e informa que el poblamiento original de Blandín estuvo asociado a la actividad que se desarrolló alrededor de las estaciones del ferrocarril Caracas-La Guaira. En efecto, el barrio La Línea, uno de los más consolidados del sector, se llama así porque las casas de su vereda más populosa van alineadas a los rieles del tren, objetos patrimoniales que todavía pueden verse sobresaliendo de la acera justo a la salida de algunas viviendas.

Los agricultores de antes
y los que vienen
“Esta comunidad se formó gracias a la inmigración de gente de Los Andes, oriente, los Llanos, de todas partes de Venezuela”, dice Fernando Ojeda. “Y mire lo que son las cosas: con los años Blandín se saturó de tantos habitantes que abandonaron el campo, y ahora el campo está llamando a sus hijos para que produzcan”. Sergio Angulo, habitante de Puente Rojo, rescata algunas referencias del pasado agrícola de la zona: “Había un señor llamado Augusto Yánez que tenía una casona en un sector llamado ‘Los Guanábanos’, precisamente porque eso estaba lleno de matas de guanábana”. Los viejos habitantes recuerdan que también se practicaba en la zona la cría de cabras, y rememoran la vena de agricultor del fundador Pascual Quintero.
En cuando a los agricultores actuales y potenciales, destaca un grupo de 16 muchachos de 4 a 18 años de edad (es decir, nacidos entre tragedia y tragedia) que están siendo estimulados y formados según el método aprender haciendo. Algunos de ellos: Camila Vanessa Espinoza, Mariángela Peña, Yoyner Peña, Rafael Hernández, Anthony Balboa, Moisés Alfonso, José Manuel Espinoza, Anyeli Balboa.
Blandín sigue creciendo al ritmo de su sello topográfico más notable: se insiste en que es zona de peligro inminente, pero su gente organizada está empeñada en demostrar que allí es posible desarrollar una actividad agrícola sustentable, además de algunas iniciativas turísticas; los puentes, restos del viejo ferrocarril y un par de caídas de agua que culminan en abismos majestuosos parecen indicar que esta última posibilidad no es nada remota. El vecino y activista Jorge La Cruz resumió en una sola sentencia la metáfora viva de la comunidad: “En Blandín las tragedias pasadas las volveremos fortaleza”.
En un recorrido en el que participaron la ministra de Agricultura Urbana, Érika Farías, junto con su equipo, además de un grupo de militantes, activadores y cronistas orgánicos de Blandín, estos mostraron los puntos afectados por los aguaceros y deslaves, y señalaron en el terreno lo hecho y lo proyectado: los conucos y patios en desarrollo, las ruinas de antiguas viviendas y espacios que consideran posible recuperar y convertir en renovados cafetales y sembradíos de distintas especies. La comunidad de Blandín forma parte de las que integran el corredor “Heroica Carretera Caracas-La Guaira”.
Los datos de la breve reseña histórica de Blandín fueron extraídos de una conversación con los habitantes de la zona: Carmen Gutiérrez, Fernando Ojeda, Celedonio Lira, Manuel Obelmejías, Sergio Angulo, Martín Tejada, Jorge La Cruz. 

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“El aliño de la Revolución”

Martín Tejada tiene 73 años. Nació en República Dominicana y desde los años 80 vive en Venezuela. En algún momento de los años 90 compró un rancho en Blandín y allí reside hasta el momento. Ha soportado, como todos sus vecinos, los rigores de la tempestad y la tragedia. Trabajó como obrero y jefe de almacén en el hospital Padre Machado, pero esa ocupación la ejerció por muy poco tiempo porque el cuerpo le pedía otra cosa: desarrollar en Blandín la que ha sido su vocación desde que estaba en su país natal, la de agricultor.

El hombre es conocedor de las plantas, los ciclos y los procesos agrícolas. Asegura que 80 por ciento de los alimentos que se consumen en su casa provienen de los espacios que él mismo ha cultivado, pero la misión que se ha impuesto desborda los límites del hogar: por su propia iniciativa y sin que nadie se la esté financiando, ha decidido enseñarle a un grupo de niños y adolescentes del sector los secretos del conuco y la producción.
“Los niños son el aliño de la Revolución”, dice con energía. “Si nosotros no queremos salir de esto (dice, refiriéndose al sabotaje que desaparece y encarece la comida del pueblo) entonces no les enseñemos estas cosas a los muchachos. La única forma de que tengamos comida para todo el mundo es que cada madre que tenga un hijo lo incorpore a la siembra. Decía el comandante Chávez: ‘La mata da el café y yo pongo el azúcar’. Bueno, usted me manda a su muchacho y yo le enseño la agricultura”. El conuco en que los muchachos están aprendiendo y haciendo ha dado ya varias cosechas de maíz, yuca, caraota, quinchoncho, ocumo, aguacate, mandarina y otros rubros.